En el
año 1955 el escritor Truman Capote y la actriz Marilyn Monroe volvieron
a encontrarse después de un tiempo de no saber mucho el uno del otro. Ella,
entonces la rubia más deseada por los hombres de todo occidente con capacidad
de visión en sus ojos, residía en una estupenda suite de la sexta altura del
neoyorkino hotel Gladstone, y en pleno invierno de ese año había acudido a la
primera de sus clases en el Actor’s Studio dirigido por Lee Strasberg.
El famoso profesor de “arte dramático” con un método de trabajo que entre otros reverenciaron Marlon Brando, Paul Newman o Montgomery Clift, logró transformar la vida de la rubia platino al abrir su inconsciente. Y Marilyn le espetó a su amigo bajito y homosexual: “Para una vez que no me pedían que abriera la boca o las piernas, ¡menuda suerte!”.
El famoso profesor de “arte dramático” con un método de trabajo que entre otros reverenciaron Marlon Brando, Paul Newman o Montgomery Clift, logró transformar la vida de la rubia platino al abrir su inconsciente. Y Marilyn le espetó a su amigo bajito y homosexual: “Para una vez que no me pedían que abriera la boca o las piernas, ¡menuda suerte!”.
En
algún momento de ese año Capote llevó a Monroe a conocer a Constance
Collier al apagado y lúgubre pisito en la que ésta vivía, allá por la
calle 57 oeste de la ciudad de los rascacielos. La vieja y prestigiosa actriz
inglesa, casi ciega y paralítica, empezó al poco a tiempo a darle clases de
interpretación y de uso de la voz a la actriz de Los caballeros las
prefieren rubias. Después de un tiempo de trato profesional Constance Collier
declaró con respecto a Marilyn: “Tiene algo. Es una niña preciosa. Y no lo digo
en el sentido habitual, demasiado habitual. No creo que sea una actriz, no en
el sentido tradicional de la palabra. Lo que tiene, esa presencia, esa
luminosidad, esa inteligencia estremecedora, nunca podrá manifestarse en una
escena. Es demasiado frágil y sutil. Sólo una cámara podrá captarlo. Como un
pájaro mosca.”
“Únicamente
la cámara pueda congelar la poesía de su vuelo”.
El
escritor y la actriz volvieron a perderse de vista una larga temporada. Se
volvieron a encontrar en Nueva York en el funeral por la vieja Constance
Collier. Marilyn estaba alojada en el legendario Waldorf Astoria. El hotel le
encantaba a la rubia de labios rojos y carnosos porque desde sus habitaciones
altas podía ver una postal nocturna impresionante y enigmática de Park Avenue.
También le gustaban mucho las enormes puertas giratorias del establecimiento.
Al
respecto, en una ocasión le dijo Truma Capote: “Es el símbolo perfecto de la
vida. Creemos que vamos, pero venimos. Vamos hacia atrás, no sabemos si
entramos o salimos”.
Marilyn
le respondió: “Tal vez lo sea para ti. Pero para mí, las puertas giratorias son
el símbolo del amor. Cada uno está solo ente dos puertas de cristal. Nos
perseguimos y no nos alcanzamos jamás. Estamos lejos de nosotros mismos e
imaginamos estar pegados junto al otro. Nadie sabe quién va delante y quién
detrás. Como los niños, nos preguntamos quién empezó a amar, a dejar de
amar”.
Juan
Antonio González Fuentes
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